jueves, 12 de marzo de 2015

Hoy mi corazón late más animal que humano.

Y dime, ¿cómo es que permite esto tu dios? Masacre de inocentes, tumba de justos; pues solo veo los cadáveres de aquellos sobre los que no pesa ningún pecado. Ni pecado original ni avaricia, ni odio, ni lujuria, ellos están libres de juicio, pero a un así, cumplen condena.
Discúlpeme su dios por mi insolencia, y aunque sé que no puedo culparlo de las fechorías que el hombre comete, entienda mi impotencia, al ver su pánico y escuchar sus gritos en mi cabeza. Sé bien que la culpa es del hombre, del que fue, del que es, del que será. De mí, de usted, y de todos. Pero que entienda Dios mi desesperación al ver que no hace nada por frenarnos. Nosotros somos sus hijos, sí. Pero ellos también. Son nuestros hermanos y los despreciamos. No es justo que nosotros destrocemos la tierra, burlemos la autoridad, nos encaremos al mundo y nos ríamos en la cara de la madre tierra y ellos paguen las consecuencias.
Sé lo ridículo que suena que pida que nos pare, como si de seres sin raciocinio ni cordura se tratase. Pero tristemente, así es; necesitamos que, tras haber perdido todos los valores y la noción del bien y del mal, se nos recuerde aquello a lo que tratamos de hacer caso omiso; aquello de lo que no podríamos huir si, como dijo Paul McCartney, las paredes de los mataderos fueran de cristal.

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