jueves, 12 de julio de 2012

Tengo la mente embotada. He pensado y reflexionado hasta agotarme, hasta extasiarme, hasta que las venas de mi frente se hicieran visibles y notara su palpitar, además de un incesante dolor de cabeza. Me tortura pensar en el futuro, ese futuro negro y oscuro que se acerca imparable, implacable. Ese futuro incierto que tanto me inquieta lo hace por tantos motivos que sería imposible enumerarlos todos. Y esque este mundo se cae. Y es que no necesitamos un cataclismo estilo película de Hollywood, que ya no resulta increíble viendo el trastorno que estamos causando, si no el innegable hecho de que esta sociedad, esta forma de vivir se cae por su propio peso. No tardaremos opino en autodestruirnos, consciente e inconscientemente, pues el ritmo al que cometemos errores es demasiado elevado. Me aterra tan sólo pensar en la vida en un futuro, pues desde hace un tiempo la vida para mí carece de sentido. De casa al trabajo y del trabajo a casa. Paga hipoteca, paga impuestos, paga, paga paga. Toda la vida aguantando sobre tus hombros el peso de todos los chupópteros que viven a tu costa. Y cuando por fin te libras de ellos, te das cuenta de que es demasiado tarde, has malgastado tu vida esperando a que llegara este momento y, ahora que ha llegado, ya no puedes disfrutarlo.
Qué tendrás tu, tu aroma, tu ser, tu única presencia, que me hace sentir más que nadie en toda la vida que he pasado. El brillo, esa luz tan especial que posees, me deslumbra a cada paso que das, obligándome a seguir avanzando a tu compás. Tan cálido tu aliento, cálida alma, tu calor lo único que permite a mi corazón no entumecerse cada duro día de invierno.
La dulzura en cada una de tus palabras; voz melodiosa, limpia y pura, capaz de hacer sombra a los más hábiles ángeles cuando se disponen a cantar. En el preciso instante en el que entonas una simple nota, el mundo entero para de girar y se detiene tan sólo para escucharte.
El brillo en tus ojos, brillo que quizás el mundo hizo que se perdiera, con sus ignorancia, su envidia y su corazón ennegrecido por el hollín de la falta de valores, de fe y de alma. Ese brillo, esa mirada curiosa y despierta y tan tierna que hacía que cada persona a la que mirases se deslizara hasta tus pies.
Triste destino y mal merecido; almas necesarias en este momento que se deshacen y se esfuman como las olas contras las rocas de la exuberante costa. Almas que hemos obligado a arrastrarse y a sumirse en un destino injusto y terrible, que no merecían ninguno de ellos. Pero mi amor, quizás no aprendimos. Quizás nunca entendimos.
Siempre he pensado que los genios no hablan nuestra lengua; la gente cree escucharlos, alaba sus sabias palabras pero aún así las olvidan, las relegan a un apartado de la mente, ese mismo apartado donde han quedado relegados los valores que la humanidad a perdido.
Pero que sea consciente de ello no significa que yo no sea distinta. Puede que tan sólo sea otro clon más de la sociedad, bailando al compás que marcan políticos corruptos, peces gordos, y el capitalismo absoluto y abusivo en el que vivimos, causa de la globalización.
Llega un momento en el que despiertas, piensas y reflexionas. No puedes tardar mucho en darte cuenta de la  farsa en la que vivimos, lo que creemos y llamamos vida; existencia carente de sentido y que no goza de un pleno sentido de la realidad.
Pero qué puedo hacer yo. Qué puedo decir yo. Qué puedo pensar yo.