viernes, 19 de diciembre de 2014

Metáforas de un dolor pasado.

La oscuridad lo asola todo. Me encuentro sola y encerrada en una prisión subterránea, en una gruta maldita, con mil demonios pululando a mi alrededor, martilleando mi cordura con lenguas envenenadas y sagaces tretas. No creo en la esperanza, no creo en nada, ni en un mundo ideal que me espere fuera, ni en una posible liberación de mi alma quebrantada. Me acostumbro a esta vida, a esta tortura infinita; mis alas han cogido polvo, hace demasiado tiempo que no sirven para levantar el vuelo. Lo que un dí pude llamar corazón hace tiempo que yace en mi pecho, oxidado, incapaz de seguir latiendo, de sentir algo en absoluto. Esto en realidad, es por mi bien. Evita el dolor. Anestesia mi alma.
Pero de repente, una luz me deslumbró; apareció ante mí lo más bonito que mis ojos vieron, un ser que irradiaba paz, y esperanza. Su mirada sincera y su sonrisa tímida despertaron las conexiones entre mis neuronas, pero aún así, estaba demasiado herida como para no recelar. Rechacé su compañía largo tiempo, aunque él no escatimó en esfuerzos para hacerme creer en él, en su bondad, en sus buenas intenciones. Y sentía una atracción tan fuerte, simplemente contemplando su sonrisa, embriagándome con su olor, deleitándome con sus dulces palabras, con su mirada de amor sincero, con todo en él. Poco a poco, fui arrastrándome cada vez más cerca de dónde él se encontraba, abandonando las profundidades de mi cárcel para acercarme a los barrotes que aún así me separaban de él, hasta poder tocar sus manos y deleitarme con su compañía. Sin quererlo y sin buscarlo, los demonios habían retrocedido, no se atrevían a hablar cuando él estaba. Mi corazón, como insuflado de vida, comenzó a latir de nuevo, con ritmos torpes y poco sincronizados al principio, pero al menos, era un atisbo de una vida que empezaba a resurgir.
Esto supuso la clave. Aquella prisión se erigía sobre mi dolor, sobre mi corazón anestesiado, y una vez despierto este, se levantaron los barrotes, y pude por fin levantarme, abrir mis alas de nuevo, aunque sin saber bien como usarlas. Fue entonces cuando él me tomó de las manos y guió mi primer vuelo hacia la libertad, hacia el cielo; llegué más alto que nunca, sentí con más fuerza que en toda mi vida. Me deslumbré con la luz que me esperaba fuera de aquella gruta en la que me encontraba encerrada, y me extasié contemplando la belleza que me rodeaba. Todo parecía ser un cosmos perfecto que giraba en torno de nosotros dos. Hasta que algo cambió. No pude anticiparlo ni preverlo, me pilló por sorpresa en la totalidad de su expresión. De repente el ser cálido y lleno de amor que me guiaba desapareció, y en su lugar me encontré con alguien que sujetó mis alas y las quebró en mil pedazos; alguien que antes de dejarme caer al vacío, hundió la mano en mi pecho, y arrancó lo que había sido mi corazón maltrecho. Incapaz de decir nada, de articular una sola palabra, solo pude contemplar como me empujaba hacia la nada, y en mi caída pude contemplar con dolor indescriptible como compartía, entre besos y risas, los bocados de mi órgano seccionado con otra persona, un ser que probablemente poseía más luz propia y más encanto que yo.

Caí. Destrocé mi cuerpo en la caída. Seguía viva, aunque agonizando, y me negaba a levantarme. Ni siquiera trataba de curar mis heridas, de preocuparme de si me estaba o no desangrando, de si me estaba abandonando la vida lentamente, pues poco me importaba todo eso. Lo único que pude hacer fue permanecer temblando, encogida, llorando sin control, esperando mi suerte, maldiciendo mi desventura. Permanecí allí hasta que los demonios que me asolaban llegaron de nuevo y con más fuerza que nunca. Arrastraron mi cuerpo débil y derrotado hasta la prisión que hacía tan poco había abandonado. Allí estaba, igual que siempre, pero con mis alas destrozadas y un hondo abismo en donde antes hubo un corazón. Permanecí allí, llorando en silencio, dejando que mis demonios me despedazaran y mi dolor me consumiera, y sin poder evitar mirar por un pequeño agujero en la pared de la celda, mi único contacto con el exterior, le vi, tan perfecto como siempre, aunque en sus ojos sentía que algo se había apagado. Probablemente fuera fruto de mi necesidad de pensar que algún día le importé algo. A pesar del sufrimiento que me producía, no pude dejar de observarle, cayendo en la cuenta de que a pesar de todo, podría volver a fundirme en sus brazos como la primera vez. Pero poca esperanza queda. Pocos sueños que aún no hayan sido aniquilados. La oscuridad, es lo único que todo lo llena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario