miércoles, 12 de septiembre de 2012

La venganza.

Las pupilas dilatadas, el miedo en tu mirada, en cada facción, en cada músculo.
Acongojado por el miedo; jamás te habías sentido. Nunca nadie te había hecho sentir así.
Es el momento. Vendetta parecía susurrarte una tenue voz a cada instante de incesante silencio.
Te arrastras a oscuras por el frío suelo, palpándolo todo. La tensión de no saber que puedes encontrar.
Escuchas un crujido a tan solo unos pasos de ti. Levantas la mirada, asustado, tu ego te impide gritar.
Sólo ves oscuridad. De repente unos llameantes ojos se encienden; no puedes evitar dar un respingo hacia atrás.
Igual que aparecieron, desaparecieron. Sea lo que sea se mueve rápido y en completo silencio, sin tropezarse a pesar de la oscuridad; un psicópata brillante.
Tu mente no puede aguantar tanta presión. Olvidas tu ego y tu fama de macho; te haces un ovillo y empiezas a gritar sin parar. Escuchas una risa como respuesta a tus alaridos, a tus lamentos. No podía ser de otra manera.
De repente, una tenue luz se enciende. Esos ojos encendidos y esa tétrica sonrisa cobran forma, se hacen reales. Compruebas atónito lo que no esperabas. Ahora, es hora de la venganza.
Te arrepientes ahora de tus actos. Ahora ya da igual que tu y tus amiguetes estuvieseis borrachos. Ahora, no eres tu precisamente el que se va a divertir.
Porque yo estoy ahí. Antes de que te levantases mi bala ya había impactado en tu mano. Mientras te la sujetabas dolorido yo ya estaba encima tuya, colocándote el cuchillo en la boca. Me quedé seria, poniendo cara de fingida compasión, y en el instante menos esperado, el cuchillo ya estaba atravesando las comisuras de los labios de lado a lado, desgarrando la piel, mientras tus gritos de dolor llenaban de ecos el ambiente.
El dolor y el miedo te paralizaban, y yo me divertía con ello. Intentaste arrastrarte con la mano que te daba hacia la puerta, pero yo seguía queriendo jugar. Te tiré al suelo y antes de que pudieras reaccionar tu brazo sano ya estaba mutilado a la altura del hombro. Esta vez los gritos fueron aún más desgarradores. Como música a mis oídos. Tenía todo un arsenal de armas que utilizar; ahora estabas en mi terreno.

Hice una pausa para llamar a emergencias. Tu ya no podías ni moverte. Yacías tirado, aunque consciente, lo sabía por tus espasmódicos movimientos. Casi me dabas hasta lástima. Después de haber mutilado todos tus  miembros y con todos me refiero a todos, te había privado completamente de tu libertad, de tu felicidad y de tu juventud. Con el ácido sulfúrico te había privado aún más si cabía de tu belleza juvenil, además de llevarme, como en las corridas de toros, las dos orejas, por mi obra maestra. Llevarme la lengua no podía faltar, esa asquerosa lengua de serpiente lo merecía, además de poder así asegurar tu silencio.
Pero yo soy buena. Te hice torniquetes y llamé a emergencias. Dejar que murieras sería demasiado estúpido; eso no sería un castigo de verdad.
Llego el momento de despedirme de ti. Nuestra velada se hizo demasiado corta, ¿verdad?
Me despedí de ti haciéndole los últimos retoques a mi obra.
Te corté los párpados; así nunca podrías dejar de admirar mi obra de arte.
Antes de irme, me acordé de que me faltaba el último detalle. "Tengo tu nariz". Y era literal.
Salí dejándote allí, desvalido, completamente mutilado. Los servicios de emergencias no tardarían de llegar.
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Diario del doctor García Gutiérrez.

Hoy ha llegado a urgencias otro chico terriblemente mutilado y torturado. Hemos conseguido salvarlo, aunque la duda que tortura mi mente ahora mismo es la de si hemos hecho lo correcto. Quién quiera que fuese se aseguró de que el muchacho saliera de esta. No sé que mente enferma a podido obrar semejante acto, ni se que razones pudieron llevarle a hacerlo, pero jamás en todos mis años trabajando me había encontrado con algo así. En el hospital y en la ciudad están conmocionados. Si sólo hubiera sido un muchacho... A cinco salvamos, a dos los perdimos. Quizás estos últimos corrieron mejor suerte que sus compañeros.

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Al cabo de un tiempo, de la dolorosa recuperación y la cuarentena que tuvieron que pasar por la gravedad de la situación, los muchachos pudieron salir de las cuatro paredes que habían constituido su vida durante tanto tiempo. Sus familiares los sacaban por los pasillos en silla de ruedas, y más tarde, por el patio también.
Después de mucho tiempo, los muchachos se encontraron. La estampa era escalofriante:
Cinco muchachos, completamente mutilados, totalmente quemados, sin orejas, ni nariz ni párpados; todos mudos, pues ninguno tenía lengua.

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