lunes, 20 de junio de 2011

Una verdad que no queremos oír.

Anoche, tuve un sueño. Soñé que andaba, sonriente, por un precioso prado verde, con sus plantas y árboles en flor. Allí, reinaba la vida, sin preocupaciones a mi alrededor.  Llegué a un bosque, y me encontré con igual estampa. Los corzos comían, sin temor a ser cazados; los lobos a su lado, sin ninguna intención, y sin temor a la extinción. Las abejas, de flor en flor, polinizando todas las plantas a su alrededor. Yo paseaba, pasando junto a ellos, y no me rehuían; parecía me saludaban con amplias sonrisas, como aquel que saluda a un agradable extraño. Y así fueron sucediéndose los paisajes, los países, los lugares, sin muestra de imperfección. Noté la ausencia de algo, y al final recordé el qué. ¿Dónde está el ser humano? Pensé.
Ante mí, un alto y robusto roble se alzaba. De él, salió una profunda pero agradable voz. "Dime lo que estás pensando". Me habló.
"Pensaba en que no he visto al ser humano allí donde he ido".
A lo que él, sabio, me contestó:
"Este es un mundo de intocable perfección; el ser humano, al no serlo, lo destruiría por completo. El ser humano no tiene cabida en un mundo como este".
Y tenía razón.

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